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Mostrando entradas de noviembre, 2015

Día 1 de guerra.

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Nuestro origen fue el amor. Nos amamos, ayer. Hoy nos batimos, Y nos queremos, amor. Y no haremos ya sino llorarnos. Te quiero y me quieres, Me odias y te odio. Y en la orilla de mis desvelos, Has caminado con tu paso silencioso, Cuidando de mi espalda, Hoy rompes los puños en el alféizar. Dictas sentencia, a los cuatro vientos Después de mi nombre una palabra Dura, seca, fría. Resbala en mi espalda un sudor vacío. Sangre, muerte, porquería, Es el costo del amor, Porque sólo se odia, Lo que un día se amó.

Sentencias I

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Que me he enamorado hasta los huesos,  y ése ha sido mi único pecado. Que no es la primera vez, éso está muy claro, también ha sido mi castigo. Apelo a mi derecho de libre albedrío, el costo es caro, lo asumo, yo soy una gata que gusta del amor a ratos. Es cierto, yo pensaba todo el tiempo, toda la vida que me iba a devorar cientos de uñas. Y ahora, ahora lloro entre las hojas de las cartas. Un gesto de amor en la distancia, me ha devuelto la piel de Eva, y arrancado de su púlpito a la sirena varada. Bajo la fría lluvia de noviembre se congela mi ego amargo, se disuelve la dulzura en mis entrañas. No hay luz en ese abismo. No llega nuestra luz. No llega nuestra. No llega nos. No llegamos. Dejádme aceptar las rosas del jinete de marfil. Viene con un libro bajo el brazo, con una sonrisa en la mirada, con su perfume embriagante. Viene a acariciarme la vida. Toda la vida. Y yo lo he elegido a él. Para elegirme a mí. Mil veces a mí.

Confesiones de medianoche I

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He agotado mis fuerzas, me siento vencida, trastocada hondamente en mi espíritu. No hallo mi fe, razgada, mutilada, una zozobra de lo que fue, hecha cenizas que todavía queman. Me jode la vida. Y me lo he ganado a pulso, terriblemente, como una loca despavorida, masoquista de ropero, maldita enferma mental que se odia a sí misma, y al mismo tiempo venera su profundo ego. Este ego precioso que huele a jazmines y que tanto excita los sentidos de mis hombres, de mis buenos hombres, los rojos, los atrevidos, los mortales. Estoy extraviada y lúcida, en etapa bloqueada de síntesis dialéctica, ardo inocua en el fuego de Heráclito, grito, berreo despavorida por una resurrección.  Quiero ser un fénix, el más rojo, el más encendido, el más místico y rebelde de todos los fénix del mundo. Yo no quería, lo juro, que el diablo me arrastre a la ultratumba. Ya qué, está dicho. Si el mismo diablo también ha sido mi amante en secreto.