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Mostrando entradas de 2015

Bellísima

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Eduardo Lizalde Y si uno de esos ángeles me estrechara de pronto sobre su corazón, yo sucumbiría ahogado por su existencia más poderosa Rilke,  de nuevo Óigame usted, bellísima, no soporto su amor. Míreme, observe de qué modo su amor daña y destruye. Si fuera usted un poco menos bella, si tuviera un defecto en algún sitio, un dedo mutilado y evidente, alguna cosa ríspida en la voz, una pequeña cicatriz junto a esos labios de fruta en movimiento, una peca en el alma, una mala pincelada imperceptible en la sonrisa… yo podría tolerarla. ***

Día 1 de guerra.

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Nuestro origen fue el amor. Nos amamos, ayer. Hoy nos batimos, Y nos queremos, amor. Y no haremos ya sino llorarnos. Te quiero y me quieres, Me odias y te odio. Y en la orilla de mis desvelos, Has caminado con tu paso silencioso, Cuidando de mi espalda, Hoy rompes los puños en el alféizar. Dictas sentencia, a los cuatro vientos Después de mi nombre una palabra Dura, seca, fría. Resbala en mi espalda un sudor vacío. Sangre, muerte, porquería, Es el costo del amor, Porque sólo se odia, Lo que un día se amó.

Sentencias I

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Que me he enamorado hasta los huesos,  y ése ha sido mi único pecado. Que no es la primera vez, éso está muy claro, también ha sido mi castigo. Apelo a mi derecho de libre albedrío, el costo es caro, lo asumo, yo soy una gata que gusta del amor a ratos. Es cierto, yo pensaba todo el tiempo, toda la vida que me iba a devorar cientos de uñas. Y ahora, ahora lloro entre las hojas de las cartas. Un gesto de amor en la distancia, me ha devuelto la piel de Eva, y arrancado de su púlpito a la sirena varada. Bajo la fría lluvia de noviembre se congela mi ego amargo, se disuelve la dulzura en mis entrañas. No hay luz en ese abismo. No llega nuestra luz. No llega nuestra. No llega nos. No llegamos. Dejádme aceptar las rosas del jinete de marfil. Viene con un libro bajo el brazo, con una sonrisa en la mirada, con su perfume embriagante. Viene a acariciarme la vida. Toda la vida. Y yo lo he elegido a él. Para elegirme a mí. Mil veces a mí.

Confesiones de medianoche I

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He agotado mis fuerzas, me siento vencida, trastocada hondamente en mi espíritu. No hallo mi fe, razgada, mutilada, una zozobra de lo que fue, hecha cenizas que todavía queman. Me jode la vida. Y me lo he ganado a pulso, terriblemente, como una loca despavorida, masoquista de ropero, maldita enferma mental que se odia a sí misma, y al mismo tiempo venera su profundo ego. Este ego precioso que huele a jazmines y que tanto excita los sentidos de mis hombres, de mis buenos hombres, los rojos, los atrevidos, los mortales. Estoy extraviada y lúcida, en etapa bloqueada de síntesis dialéctica, ardo inocua en el fuego de Heráclito, grito, berreo despavorida por una resurrección.  Quiero ser un fénix, el más rojo, el más encendido, el más místico y rebelde de todos los fénix del mundo. Yo no quería, lo juro, que el diablo me arrastre a la ultratumba. Ya qué, está dicho. Si el mismo diablo también ha sido mi amante en secreto.

Llovizna en septiembre

Te conocí en septiembre. Llegaste a mi vida como la lluvia de septiembre. Y la miel de tus ojos, se volvió una adicción. Tus manos grandes, un delirio estrictamente prohibido, de aquellos en los que se va la vida, se me va la vida soñando en tus manos como mi sábana. En la intensidad de tu mirada curiosa y una sonrisa. Ya ni la brisa mojada me ha enfermado tanto como tu sonrisa. Ha pasado tanto tiempo, muchos meses; suspiros que he dejado escapar incontables como las etrellas de la noche. Y la Luna cómplice, me palmea la espalda, murmurando que ya llegará el momento de sacarte del fondo de las botellas. Con permiso. Me colgaré en tus pestañas y beberé de tu risa suave el elixir que necesito para permanecer viva. Ya no, ya no quiero morir si me dejas dormir en tu abrazo. Cada noche, cada sueño. Y tus manos como mi sábana cubriéndome toda de nostalgia. Mírame con esos ojos descalzos, deja que escape el pudor. No cierres la puerta, deja entrar la llovizna de junio, deja que nos bañe la L

Como quien cose una herida

  Me llamas. Te iluminas Con los rayos del sol. Te enciendes Y yo me escondo, sombría, De la desagradable luz de tu mirada. Extraño, no sabes, las noches, El mar, el café, la poesía, Pero hoy lo he ahogado todo, El misterio, la saliva, en la amarga nicotina. ¿Por qué vienes? ¿Por qué retumbas? ¿Por qué me quemas ahora Y siempre, los besos, la ira, La paz silente? Porque te asomas con la Luna blasfema, En la distopía de una falsa esperanza, En los pedazos del espejo que he roto, En el humo de los cigarros que fumo, Gigante, delirante, suicida. Y dueles, y matas, y te fugas Deshojando las rosas que duermen, En invierno, en otoño, en el siempre, En la sangre que brota de mi fuente No te apagas la sed, te ahogas. Como quien cose una herida, Te acuso, te destierro, te sacrifico. Como quien cose una herida, Lo asimilo, lo toco, lo beso, sí Hay esperanza, hay paso, hay vida. Como quien cose una herida, Me marcho, me canso, te dejo, Ya no te amo, dulce homicida. Blanca Martínez.