Confesiones de medianoche I
He agotado mis fuerzas, me siento vencida, trastocada hondamente en mi espíritu. No hallo mi fe, razgada, mutilada, una zozobra de lo que fue, hecha cenizas que todavía queman. Me jode la vida.
Y me lo he ganado a pulso, terriblemente, como una loca despavorida,
masoquista de ropero, maldita enferma mental que se odia a sí misma, y al mismo
tiempo venera su profundo ego. Este ego precioso que huele a jazmines y que
tanto excita los sentidos de mis hombres, de mis buenos hombres, los rojos, los
atrevidos, los mortales.
Estoy extraviada y lúcida, en etapa bloqueada de síntesis
dialéctica, ardo inocua en el fuego de Heráclito, grito, berreo despavorida por
una resurrección. Quiero ser un fénix,
el más rojo, el más encendido, el más místico y rebelde de todos los fénix del
mundo.
Yo no quería, lo juro, que el diablo me arrastre a la
ultratumba. Ya qué, está dicho. Si el mismo diablo también ha sido mi amante en
secreto.
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