Rosas y lágrimas murieron
En la ardiente tentación de tus labios entreabiertos,
y la mirada encendida que me invitaba a ser tuya,
vi el fuego de tus ojos quemar mis vestiduras,
y arrojarme entre caricias a lo más hondo del infierno;
fueron tus besos los que mi cuerpo acariciaron,
y con tus dedos tatuaste cada huella,
por cada rincón,
en el gesto más indecoroso,
más osado,
más divino,
entre gemidos yo pensé en el adiós.
Mi nombre se coló entre tus suspiros,
tu aliento se convirtió en aire que ya no respiro.
Nunca más tu cuerpo se amoldó al mío,
ni tus ojos intensos
me desvistieron.
Admití tus manos grandes sentirme tuya,
todavía con la pasión desenfrenada
de la primera vez,
tu boca continuaba sabiendo a miel,
y tu piel tersa seguía siendo mi manta.
Vi cansada el movimiento de tu espalda,
aburrida de la música de tu respiración,
acomodé mi mente muy lejos de tu oído,
mientras ahí, entre suspiros,
escuchaste de mis labios
el sonido de su nombre.
Sí, es él quien me mantiene cautiva ahora,
sí, es él quien de nuevo me enamora,
sí, es él quien con su existencia diestra
me ha orillado con inusitada crueldad a olvidarte.
Sé mi amor que tu corazón se destroza,
lo vi en tu mirada incrédula y asqueada,
lo sentí en cada golpe que recibió mi almohada
y cuando despedazaste mis rosas ante la ira.
Recogí cada pétalo con suaves caricias,
lágrimas y rosas que morían
contra el suelo duro,
frío como el temple de nuestros orgullos
esos malditos que ni un adiós nos permitieron.
Abrí la puerta y gritando te fuiste,
sollozando mi nombre al lado de un te amo,
no puedo mentirte, mi amor, yo no puedo,
el amor se me murió desde muchos años.
Llévate mi niñez entre tus manos dulces,
llévate la inocencia que te entregué,
llévate mis luces
y a la mujer enamorada
que lo dio todo mientras te amé.
Vete, no me mires más
dije,
un beso de despedida en la mano,
un intercambio de miradas titilantes
y jamás volviste a mi vida.
No dejé de quererte por querer a nadie,
simplemente se nos murió el amor,
se envenenó con engaño
se ahogó en el olvido,
no pudimos hacer nada,
nos perdimos.
Ya no soy tuya ni tampoco de él,
ahora soy mía,
soy una flor que apenas
empieza a nacer.
Y en la ardiente tentación de tus labios entreabiertos,
y la mirada encendida que me invitaba a ser tuya.
Vi el fuego de tus ojos quemar mis vestiduras,
y arrojarme entre caricias a lo más hondo del infierno;
fueron tus besos los que mi cuerpo marcaron,
y con tus dedos tatuaste cada huella,
por cada rincón,
en el gesto más indecoroso,
más osado,
más divino,
entre gemidos yo pensé en el adiós.
Mi nombre se coló entre tus suspiros,
tu aliento se convirtió en aire que ya no respiro.
Nunca más tu cuerpo se amoldó al mío,
ni tus ojos intensos
me desvistieron.
Kiryum
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