A las mujeres.




Nos dicen que debemos lucir perfectas, señoritas, utilizar el color rosa, el morado y los pastel. Que debemos oler rico y sonreír con dulzura. Y muy importante es ser de talla menor a siete. Nos enseñan a respetar la figura del varón, a idealizar los romances y esperar por la eternidad al príncipe azul, ése que jamás llegará. Nos obligan a escuchar música de moda, vestir a la moda, calzar a la moda. Debemos ser felices por moda. Porque así está establecido.

Me ofende el concepto misógino, por demás prostituído debido a las tendencias de la época, en el que la sociedad moderna acomoda el papel de la mujer. Por lo menos en el pasado éramos consideradas el pilar de la familia, un ser que debía protegerse porque se suponía demasiado frágil para sobrellevar sola su propia existencia. Sin embargo, en la modernidad nos han despojado de ese sentido (poco menos denigrante) hasta el mustio significado de un par de piernas y un cuerpo que da sexo, y que, además, debe lucir siempre bonito y joven para tener algún valor.

En la televisión se nos presentan discursos hipócritas sobre la evolución supuestamente favorable de la lucha por la equidad de género, sin embargo la contradicción es evidente cuando en los comerciales y entre la misma programación podemos observar mujeres que únicamente aparecen en pantalla para exhibir sus cuerpos semi desnudos, sonrisas falsas y una que otra vez para emitir comentarios banales. Estas mismas mujeres aparecen en las revistas del corazón, luciendo carísimas prendas de temporada, zapatos y accesorios, en fotos perfectamente retocadas para que el maquillaje se mire impecable. ¿Por qué nos han obligado a cubrir nuestra humanidad, nuestra imperfección, con kilos de maquillaje? ¿Será que el culto a la “belleza” también es un maquillaje que sirve para cubrir las grandes imperfecciones que tenemos como seres humanos? ¿Es tan terrible ser mujer y ser natural? Al sistema le molesta lo natural, porque la naturaleza involucra libertad intrínseca de existencia, pensamiento y actuar. Ni la sociedad ni sus líderes toleran a las mujeres, o cualquier ser vivo, capaces de pensar por si mismos, porque de esta manera no pueden abordarnos con su cultura nefasta de la moda y la mediocridad, herencia de un sistema capitalista actualmente en decadencia.

Yo creo que esta degradación del papel de la mujer en la vida social es una pieza muy importante para comprender la situación actual del mundo: La mujer es la formadora de la vida; como madres criamos desde nuestras entrañas a los futuros hijos de la patria, de este planeta. Pero si sólo los educamos de la misma forma que la televisión y la modernidad nos educa a nosotras, ¿qué podemos esperar más adelante de las futuras generaciones?
Y pensar que la solución es tan sencilla como abrir un poco más nuestras mentes y acercarnos a un libro... de verdad que es para darse de golpes.

Mujeres, desnudémonos, pero no frente a los hombres, sino frente al sistema. Porque hay otra realidad más dura más allá de los romances idealizados, más allá de nuestra eterna lucha por alcanzar la talla cero, ¿si entendemos que somos más que la talla de nuestros pantalones? Existe otra vida más allá de los zapatos y la moda, detrás de la ilusión de nuestro artista de televisón y las revistas. El mundo no es en absoluto rosa, y el amor no sólo existe entre las parejas, y el mundo, en general, está falto de muchísimo amor. Claro que hay más, más detrás de los que sabes, lo que conoces y lo que crees hasta ahora. Sólo es cosa de buscar un poco en los libros, ¡y dentro de una misma!

Yo no quiero vestir de rosa, amo el negro, amo el negro rebelde y obstinado, amo el rojo apasionado y sensible. No existe nada más bello que una mujer libre y feliz.
¡Somos más que zapatos, somos más que la marca de la ropa que usamos, somos más que el físico!
Mujeres, en nosotras está el cambio.

Somos seres más sensibles y más abiertos que los hombres. Más comprensivas y analíticas. Por naturaleza somos tiernas y amorosas. La respuesta al cambio es esa: el amor.
Pero antes que nada debemos aprender a amarnos a nosotras mismas, con cada uno de nuestros defectos, y para ello debemos olvidar el ideal capitalista de que la belleza radica en la percepción de los demás sobre nuestro aspecto físico y nuestras posesiones. Lo diré incansablemente una y otra vez: tener no es igual a ser.

Así pues, seamos libres, revolucionarias y bellas.

Como dijo Emma Goldman: “La pequeñez separa, el aliento une, seamos amplias y grandes”.



Blanca Martínez.







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