La sombra de La Rosa

La sombra de La Rosa.
Seguía siendo una sombra más, como muchos, como mis camaradas. Éramos siluetas tristes
recortadas contra la cegadora luz de lo común. Ya lo sabíamos, ya lo sabíamos.

Apenas había terminado una discusión conmigo misma de la que nadie había salido contento. Me arropaba entre mis sábanas, como protegiéndome de algún monstruo, como solía hacerlo de pequeña, sólo que entonces, entonces los monstruos estaban dentro de mi imaginación. 
Ahora están adentro de mi cabeza, y afuera de mi ventana, esperando devorarme.

Me cubro hasta la cabeza y aprieto con fuerza los ojos. La oscuridad me cubre y eso me gusta. Quiero estar sola, ahora sí.

No quiero volver a encerrarme en mis pensamientos, la discusión de hace un rato me había 
fatigado; no quiero saber nada más del mundo: esa había sido la conclusión. Soy humana, y 
como tal, tengo el derecho de enviarlo todo al demonio, al menos por un día, y sentirme mal, por el simple hecho de estar viva puedo llorar sin que nadie me lo impida ni ponga objeciones. Y pobre de aquél que se atreva.


Ahí está una noche más, 

recostada sobre el cristal,

nostálgica duerme pero no sueña,

la rosa marchita

cansada de tanto morir...


Mis amigos me miraron extrañados ante mi actitud, ¡qué novedad! Pero no los culpo, debe 
ser imposible llegar a comprenderme si ni yo misma lo hago. La incomprensión es un duro 
golpe cuando llega de las personas de quien menos la esperas, aunque para nosotros, se hace costumbre, una costumbre que no deja de doler, pero la entendemos, después de todo, es tan complicado convivir con una persona que siempre piensa en todo el mundo...


Y la rosa se duerme llorando,

sobre el cristal murmurando,

todas las noches mueriendo...


De pronto me sentí hundida en un profundo pozo lleno de melancolía y soledad. Sintiendo el 
frío colarse muy hondo dentro de mis sentidos, hasta tocar con sigilo el corazón. Miré a mi 
alrededor y añoré tanto unos brazos que se amoldaran a mi cuerpo y me protegieran. Me 
protegieran del frío, de la crueldad de la vida y de mí misma. Pero me hallé sola, tumbada en mi amplia cama lloriqueando por mis desgracias. Tengo el derecho de estar triste ¿verdad? 
Tengo derecho de estar enferma de los sentimientos. Tengo el derecho de luchar contra mis demonios, de buscar en la meditación una salida ante tanta incertidumbre...sí, tengo derecho. 


Y la rosa se marchita a la mitad,

se cansa de esperar,

se congela en su soledad...


Frío y desolación, únicamente el silencio me abraza, y la obscuridad me besa la piel. 
Las lágrimas fluyen con libertad hasta el punto en el que ya no recuerdo por qué lo hacen.

No necesito una razón para sentir; así como no se necesitan razones para amar ni para vivir.


La rosa se desnuda ante la Luna,

el brillo de las estrellas se apaga

y sólo están ellas en la inmensidad,

se aman,

pero están demasiado lejos

la una de la otra...


Mis demonios danzan encima de mis sábanas burlándose de esta desgraciada. Si me duermo; si despierto; si me miento; si me soy honesta; la infelicidad sigue ahí, no se va, ni con amor, ni companía. Como la rosa que se duerme sola y se marchita a la mitad; así mismo me muero 
yo.

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